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¿Es la infertilidad siempre algo orgánico?

November 16, 2008

2006-04-09_04Al hablar de infertilidad es fácil pensar de inmediato en una imposición del cuerpo, una especie de sentencia que lo somático nos impone sin que nosotros podamos hacer nada para modificar esta situación, salvo lamentarnos de los caprichos que tiene la naturaleza. No obstante, las estadísticas muestran que tan sólo un 10 % de los casos de esterilidad se deben a alteraciones corporales como malformaciones en los órganos reproductores.

Tener un hijo no es siempre un deseo de la pareja sino que en ocasiones se debe más a un interés de la familia de procedencia. Las hijas suelen ser más receptivas a este deseo de sus padres por tener un nieto, e incluso a veces sucede que  algunas mujeres  después de dar a luz  rompen toda relación con el marido, no dejándole participar en los cuidados del bebe, negándose a compartir una vida marital con él  y haciendo que los abuelos se ocupen de la crianza del pequeño; es como si hubieran engendrado un hijo para dárselo a sus progenitores y una vez conseguido ese fin perdiesen todo interés en el hombre. Esto no es algo que tenga lugar de manera consciente; en el aparato psíquico suceden en paralelo procesos de carácter consciente y procesos inconscientes, que sólo se conocen por la marca que dejan en la realidad. Ella misma desconoce qué motiva eso que le está ocurriendo y al mismo tiempo sabe, pero es un saber inconsciente que ha de ser interpretado en análisis.

La infertilidad puede ser también una producción del alma. No hay recetas mágicas que sirvan para todas las parejas que dicen desear un hijo y sin embargo, no lo consiguen. Cada caso es diferente y cada uno tiene que hacer el trabajo que implica tanto el cambio como la permanencia en lo mismo, porque para vivir siempre la misma situación es necesario también un trabajo. La vida humana es una construcción posible pero habrá que realizarla. No hay realidad dada, no existe deseo previo sino que desear es hacer.

La conciencia es un órgano de percepción y como tal ilusorio; veo que la tierra es plana y está quieta , mis ojos, mis pies todo lo que mis sentidos me dictan me conduce a pensarlo y por el contrario sabemos gracias a la física que es prácticamente redonda y gira. Lo que la conciencia nos muestra tiene siempre un carácter fallido. Decir que uno desea un hijo es de momento un hablar que puede significar no sólo el nacimiento de un bebé sino concebir un proyecto, que permita también a otros heredar  sus resultados, por ejemplo escribir un libro.  

No es posible acercarse a ninguna producción si uno está preocupado por los resultados. Un escritor que se sienta frente al teclado pensando en la gente que va a leer su novela es incapaz de trazar una línea. Si la pareja está excesivamente pendiente de quedarse en estado se borra el goce de las relaciones sexuales, que pasan a ser vividas como una prueba, algo fatigoso y frustrante. Es necesario que haya una cierta relajación, un cierto olvido.

Todas las relaciones afectivas, entre hermanos, padres e hijos, amigos etc…, dejan un poso de agresividad por las negativas y límites que el trato con los otros exige. Esta hostilidad inconsciente puede manifestarse en un rechazo encubierto a la otra persona. Así a veces sucede que la mujer tiene alergia al semen del marido y el contacto sexual le produce escozor e irritación en la zona vaginal. La tolerancia con respecto a los propios afectos siempre permite una vida diferente a la marcada por los síntomas. El amor y el odio forman una unidad indisoluble que está presente desde las más tempranas relaciones. La posibilidad de un hijo en común puede ser sentida igualmente desde la negativa a darle algo al otro,  sin que el sujeto sea consciente. Nada es más trabajoso para el humano que hacerse sujeto de su propio deseo. Preferimos someternos a la tiranía del cuerpo y sin embargo, las cosas del alma, que tienen al cuerpo como escenario, se resuelven en análisis con el más delicado instrumento, la palabra.

LA VIDA SEXUAL HUMANA

November 15, 2008

sl372826Cuando hablamos de sexualidad es habitual reducir su definición a la genitalidad y sin embargo, el concepto de sexual en el humano abarca muchas otras actividades.

El instinto sexual  no viene dado al nacer sino que se construye, es decir, es como todo en el sujeto una producción. El primer placer que se experimenta es con la boca, y esta zona se mantiene como zona erógena también en la vida adulta; actos como besar, fumar, hablar…., satisfacen este placer oral, que surge en un principio apoyado en la ingesta de alimentos. Cualquier parte del cuerpo es susceptible de experimentar placer pero la boca, la mucosa anal y los genitales son más proclives. Cada una de estas zonas ocupa  un papel dominante en la búsqueda de placer desde la más tierna infancia. Los síntomas en la edad adulta son en realidad una regresión o estancamiento de la energía sexual a etapas anteriores de su desarrollo. Cuando órganos diferentes a los genitales asumen la función sexual de forma insistente y única, surge la enfermedad. Así en los casos de bulimia o anorexia, la boca y en general todo el tracto digestivo pasa a ser, como en la época de lactancia, la principal zona de placer.

La sexualidad en el humano tiene como característica muy particular el hecho de tener un arranque bifásico, es decir, no comienza sólo en la pubertad sino que se inicia con evidentes manifestaciones poco después del nacimiento, si bien la sexualidad infantil, y recordemos que ésta no es sólo patrimonio de la infancia, se caracteriza por ser autoerótica, encontrando satisfacción en un órgano del propio cuerpo, por ejemplo la succión del pulgar. A este primer despertar le sucede una etapa de latencia para resurgir de nuevo en la adolescencia una nueva acentuación del instinto sexual, esta vez organizado en torno a la primacía de los órganos genitales y al servicio de la función reproductora.

El instinto sexual es algo compuesto que puede descomponerse en diferentes instintos parciales. Al gusto por las sensaciones que proporciona la boca como una de las más tempranas zónas erógenas, se suma la actividad de la zona anal. Jugar con los excrementos es algo lúdico para los niños, que gustan además de manchar a quienes les son más gratos. El paso a la humanización impone al sujeto abandonar esta búsqueda inmediata de satisfacción y el niño encuentra una primera renuncia a sus  impulsos instintivos, al tener que verificar el acto de excreción en el orinal. El pequeño comienza a darse cuenta de la existencia de un mundo exterior, hostil a sus impulsos, aprendiendo  a diferenciar su propia persona de aquellas que le rodean y a desarrollar la primera represión de sus posibilidades de placer.

En la infancia la sexualidad es ciertamente autoerótica, no obstante existe ya una primera elección de objeto en la figura de la madre. En el caso de la niñas este proceso se complejiza aún más porque deben pasar de la madre al padre como objeto erótico. Este amor infantil está destinado al fracaso y es una desilusión necesaria, cuya resolución condiciona la posterior vida sexual en la edad adulta. En la pubertad se produce una intensificación de estos amores infantiles al tiempo que se instaura su renuncia. La actitud rebelde que los adolescentes muestran con respecto a sus progenitores guarda relación con esta  nueva activación de las tendencias incestuosas,  que ha de concluir precisamente en un rechazo a los antiguos objetos infantiles como elección erótica . El amor por los padres tiene su fuerza en esta coerción de impulsos sexuales, que por la influencia de la sociedad quedan inhibidos en su fin y transformados en ternura.

Los instintos sexuales tienen una gran plasticidad y son muy versátiles en sus fines, de forma que una satisfacción puede ser sustituida por otra.  La angustia es en muchas ocasiones una expresión directa de la libido reprimida.